miércoles, 2 de enero de 2013

Ese mundo y la araña

Es complicado armar un mundo nuevo, funcional, con agua corriente para todos, electricidad y gas en cada casa, seguridad, protección y demás cosas que un lugarcito necesita para que todos vivamos bien. Lo increíble es que con esto uno puede pensar que es presidente o que alguien está jugando a un simulador en alguna consola o en la computadora. Pero no, existe un mundo construible exactamente dentro de cada persona.

Pasamos de una idea a algo más maravilloso que es esa idea hecha realidad. Miedo, ¿no? Acá no hay límites, no freno. Solo cuestas empinadas, curvas cerradas y todo un camino por recorrer y crear sobre la marcha. Lugares frondosos de miedo, sentimientos en estado de extinción, sombras muy oscuras y dominantes o, bien, amplios paisajes, aire puro, terreno dorado y amaneceres plenos de Sol y noches de hermosa Luna.

Tirar una piedra al río y hacer de eso un tsunami de placer. Mirar al cielo gris y hacerlo completamente celeste, prácticamente rozando el blanco puro llenando y poniendo la piel de gallina (esa sensación de extraño frío interno) hasta al más "duro".

Todo empieza cuando uno lee sobre algo, comenta de la vida a otra persona o simplemente la experiencia lo marca. ¿Pero de qué estamos hablando? Estamos hablando de algo concreto y real: de la creación de nuestro propio mundo, nuestro propio espacio.

A cada persona la noción de poder crearlo todo, le llega en determinado momento de sus vidas. No hay una edad, algo clave que nos lo haga ver. Pero sí, siempre está. Es más, cuando somos niños, eso es algo frecuente y nuestra mente trabaja de las miles de maneras que puede y crea e imagina miles de historias que vivimos y sentimos en cada momento. Pero algo pasa que nos hace cambiar poco a poco. Al principio, son los miedos a los monstruos, esos que nos sofocan y no nos dejan dormir con las luces apagadas. Esos que hacen que nuestros mundos imaginados sean más complejos, atareados, difíciles de armar con unos simples movimientos mágicos de nuestra imaginación. Algo se contamina dentro nuestro pero... ¿Hoy dormís con la luz prendida? Tal vez sí pero estoy seguro que algo se adaptó y esos miedos ya no son los mismos. Todo empezó a cambiar, algo pegó un giro y nuestros mundos se empiezan a alejar.

Crecemos, esa es la realidad. Crecemos, nos crecen los pelos, los granos, empiezan las tareas, responsabilidades y ese humano libre comienza a alejarse de su mundo para vivir e intentar crear en el mundo en el cual nos instalan. Eso no está mal (vamos, ya es parte del ciclo de la vida, no podemos quejarnos todo el tiempo de todo) pero lo que sí es grave no ver es que nuestro mundo solamente se desplazó pero nunca murió. Si, si, está ahí, lo seguís teniendo. Cerrá un rato los ojos, respirá profundo. ¿Qué ves? ¿Cosas para pagar? ¿En serio?

Volvamos a empezar: cerrá los ojos e imaginate a ese dragón enorme que escupe fuego, a ese auto yendo a toda velocidad, a esa serpiente enorme que con una espada la lográs combatir, a esos amigos del bosque que te esperan para jugar... Demasiado infantil, ¿no? Eso va a ser decisión tuya. Pero hay algo escondido en todo esto.

Podés o no tener amigos, pareja, familia, trabajo. Algo te puede o no faltar pero algo de todo eso pertenece a tu nuevo mundo. No, no somos esos niños... Mejor dicho, no somos los mismos. Ahora nuestra imaginación también crea situaciones tan realistas que generan proyecciones que... simplemente te atascan. ¡Qué tontería! Te ganó el primer dragón que vos solito imaginaste. Si tenés la opción de elegir tu vida, tu mundo, tu espacio, tus acciones... ¿por qué imaginarte esa araña que te da miedo y frena toda posibilidad?

Ya pasamos a un tercer nivel... darse cuenta que las cosas cambiaron, darse cuenta que nuestro mundo es nuestro y que lo creamos continuamente y, sobre todas las cosas, darse cuenta que sin querer creamos ese mundo de la manera que menos nos conviene, que ese monstruo que nos hacía dejar la luz prendida, volvió. Que las historias tenebrosas que nos contaban de niño y que no nos dejaban dormir, ahora se llama miedo a ser feliz, miedo a arriesgarse, salir herido y preferir no ser el héroe que combata al dragón, solo querer ser el que enseña a usar la espada pero no usarla.

Volvemos a empezar, es el ciclo natural de las cosas. Crecemos, somos más conscientes y ahora nos planteamos las mil y un posibilidades que nos hacen echar atrás. Somos constructores del mundo que queremos pero igual, sabiendo nuestra no limitación, nos limitamos.

Podemos ser felices, hacer felices a los demás y dejar que nuestra imaginación cree esa felicidad que nos rodea. Metas, logros, insistencia, perseverancia, fuerza, fe, locura, sonrisa. Todo ese combo sumado al llanto y al temor, crean nuestro espacio, nuestra vida.

Si no queda claro basta con solo mirarte. ¿Es esta la vida que querés? ¿Y si te digo que sos dueña de ella?

Volviste a ser un niño, un infante con la cabeza llena de imaginación. Eso que creás, se vuelve realidad, la vida te lo da en el momento justo, lo atraés a tu vida diaria, a tu mundo. Y aun así, la araña gigante te persigue en sueños, no te deja salir del callejón y preferís tirarle Raid desde lejos o correr de la habitación.

Y matando a los bichos, creás un mundo nuevo, funcional, con agua corriente para todos, electricidad y gas en cada casa, seguridad, protección...

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